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¿RITMO EN VACACIONES?

Nuestra vida está llena de ritmos, tanto internos como externos: ritmos corporales y ritmos ligados a la naturaleza, así como ritmos sociales y ritmos atencionales. Un buen ritmo nos garantiza salud, armonía, bienestar y seguridad. Por lo anterior, es clara la responsabilidad que tenemos los adultos a cargo para ayudar a los niños y a los jóvenes a vivir en los ritmos del día y la noche -que ayudan a regular el sueño y la vigilia-, los tiempos de alimentación y ayuno y los de estar dentro y estar fuera. También, debemos acompañarlos para que aprendan en el transcurso de sus primeros 15 años de edad a ir regulando sus ritmos sociales y atencionales, los que están relacionados con la capacidad de estar solos o estar acompañados, de estar quietos o estar en movimiento, de estar centrados o estar relajados.

Podemos ayudar a un niño del primer septenio que se muestra nervioso e inseguro, fomentando su confianza mediante nuestra propia confianza, firmeza y capacidad de repetición de ritmos y ritos. Su tranquilidad y aprecio de la bondad del mundo aumentará cuando sepa que ciertas cosas seguirán siendo igual mañana que ayer y hoy. Si no se establece un equilibrio claro y conciso entre el descanso y la actividad, un niño activo y vigoroso por naturaleza puede fatigarse en exceso, lo que a su vez será motivo de rabietas, hiperactividad y sueño irregular. En cambio, si le proporcionamos la seguridad de una rutina regular, tan necesaria para compartir su tiempo entre actividades vigorosas y tranquilas, prevenimos el agotamiento emocional y físico, raíz frecuente de una conducta antisocial. Los niños serán más felices, estarán más satisfechos y dormirán mejor.

En el caso del niño y el joven del segundo septenio, ritmo y ritual siguen siendo significativos, aunque se hace necesario y evidente adecuar las formas en que los adultos los incluimos en el día a día. La evolución natural a partir de más o menos los 8 años de edad requiere que la atención directa que sostuvimos como adultos en los niños se vaya transformando, para ir dando cada vez más espacio a la individualidad que surge a partir de la etapa del llamado Rubicón, eso sí, sin perder presencia como adulto a cargo. Para los niños de más o menos 8 a 12 años de edad, la coherencia, el sostenimiento de rutinas claras, el trabajo colaborativo en casa, el aporte sistemático al bienestar colectivo, son elementos clave a sostenerse como ritmo saludable y salutogénico. De los 12 a los 15 años de edad, los púberes y los jóvenes requieren que se les otorgue mayor participación en las decisiones sobre ritmo y rituales en familia, tomando en cuenta la coherencia. También ritmo implica que el adulto observe y cuide la concreción y consecución de estos elementos, como un antídoto a la pesadez animica y etérica natural de estas edades. Para los púberes y los jóvenes es trascendente -y les otorga valor real- ver que los adultos cumplen con los acuerdos relacionados con el ritmo y los rituales de la familia: puntualidad, tareas previstas, alimentos y bebidas, movimiento y desarrollo corporal, ciclos de sueño y vigilia, etc.

Como idea central, podemos afirmar, dados los elementos científicos que así lo corroboran, que el ritmo favorece la salud de las funciones orgánicas y la consistencia con los hechos de la vida, fomentando la concreción de la voluntad creativa y el hacer en la vida. Rudolf Steiner señala que una de las tareas más importantes del adulto hasta la etapa infantil del Rubicón es ayudar al niño a dormir y a respirar bien, cosa que se produce no a través de ejercicios respiratorios sino a través de actividades rítmicas, desde el más amplio sentido de la palabra, como aquí estamos observando.  El ritmo y la repetición favorecen la capacidad de juego autónomo y la creatividad. En el caso del niño mayor y del púber, la consistencia rítmica en su familia nuclear fortalece el sentido del ser individual, tanto en lo físico como en lo energético y en lo emocional.

Actualmente es muy común que niños y jóvenes tengan una agenda diaria saturada de actividades. Les dejamos muy poco tiempo para “soñar” o para no hacer nada, lo que les lleva a perder la capacidad de estar consigo a solas y comenzar a depender de pantallas y videojuegos. Por lo general se cree que el niño y el joven necesitan de estímulos nuevos y constantes, pero el resultado social está mostrando una generación de niños y de jóvenes que exigen estímulos cada vez más fuertes y variados, con pocos recursos propios para gestionar su «aburrimiento».   

Todo lo anterior viene a colación porque se acerca el periodo vacacional de verano. Es fácil pensar que las vacaciones implican una distensión total de los elementos de ritmo y ritual establecidos en familia, pero la realidad es que los niños y los jóvenes requieren de nosotros, los adultos, consistencia, ya que también es un elemento que aprenden del entorno y que es de gran peso en sus vidas adultas. Ciertamente, en vacaciones podemos aflojar un poco los horarios de sueño y vigilia diarios, podemos ampliar las horas al exterior aprovechando el Sol y el esparcimiento, podemos comer un poco más de postre y hasta salir por un helado, pero la realidad es que ni en vacaciones dejamos de ser padres y educadores de seres en formación para la vida. Por ello, seguimos siendo responsables de procurar y sostener espacios, ritmos y rituales saludables y salutogénicos para nuestros hijos menores de edad.

Así como los ritmos diarios aportan seguridad, también lo hacen los ritmos anuales de la naturaleza. Ayudan a confiar en los procesos de la vida, en  su cualidad cíclica. Las flores se van, pero al año siguiente renacen, esto aporta una confianza en la vida, mucho más profunda de lo que imaginamos. También en la vida nos encontramos con épocas tormentosas y épocas de cálido Sol, épocas de soledad y frío interior y épocas de euforia. El aprendizaje de las estaciones se queda profundamente impregnado en nuestro inconsciente y, además de confianza, nos aporta paciencia. Saber que las cosas tienen su tiempo, saber que después de la tormenta sale el Sol, que después del invierno viene la primavera, ayuda a confiar en que todo llega a su tiempo. También nos enseña a que si preparamos la tierra y sembramos, la semilla brota y florece.

A su vez, los  ritmos semanales y anuales, marcados por las estaciones del año y las festividades, infieren en nuestros ritmos sociales y atencionales. Por ejemplo, el verano es una época de mayor expansión y el invierno de mayor introspección; el domingo un día más familiar y de ocio que un lunes. Los ritmos aportan orden y estructura, los niños y los jóvenes pueden anticipar acontecimientos y eso les aporta seguridad. Los ritmos y los ritos aportan seguridad y confianza.

Disfrutemos de las vacaciones, vivamos nuevas experiencias compartiendo en familia, exploremos horizontes más amplios junto con nuestros hijos, pero no perdamos de vista que somos los ejes de su desarrollo y de su aprendizaje, no olvidemos que los tenemos solamente por un tiempo y que después ellos deberán enfrentar por si mismos los retos que sus vidas les presenten.

Buen verano para todos nosotros…



2025-06-30 | 07:36:30pm

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